Ginés Sánchez, escritor: “Al final una novela es una mentira, maravillosamente estructurada durante doscientos folios”

Una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad, y una verdad repetida hasta la saciedad se convierte en zeitgeist. Y esa verdad es que la salud mental es un privilegio. Estos años en los que el cielo amenaza con caérsenos encima, la calidad de vida se desliza en espiral hacia submundos decimonónicos y la precariedad laboral nos recuerda día a día que vivir es la peor de las barbaries, la cordura es el bien más preciado que nos queda. Ginés Sánchez (Murcia, 1967) vuelve a las librerías con 'El borde cortante' (Tusquets), una historia descarnada y troceada en decenas de capítulos breves sobre tres adolescentes que se escapan de un psiquiátrico para pasar un finde fumando cosas y bebiendo chismes. Lo que podría parecer un jueves cualquiera en la vida de un rey emérito o una estrella del rock de los setenta, se enmaraña en una trama de sensaciones extrañas, conversaciones rápidas y giros tan contundentes que consiguen mantener la cabeza de uno entre las páginas casi sin soltar el aliento.
Tengo que reconocer que cuando vi que un señor nacido en los sesenta había escrito un libro sobre tres chicas adolescentes me eché las manos a la cabeza.
[Se ríe] Se trataba de que cada personaje bajase a su infierno personal. Tenía que coger la mochila y seguirlas todo el rato. Tienes que ponerte a pensar como ellas, desde el punto de vista de que son adolescentes y luego de que tienen la cabeza como la tienen. Ha sido un trabajo de poner la oreja, de pasar horas y horas en bares y cafeterías escuchándoles hablar. Algunas de las conversaciones que aparecen en el libro son prácticamente transcripciones literales de conversaciones que he ido escuchando. Me las ingenié para conseguir hablar con chicos y chicas que tenían más o menos los mismos problemas que las protagonistas; que habían estado o estaban internados. He tenido que mimetizarme mucho y empatizar.
Y la premisa son tres chavalas que se escapan de un psiquiátrico para volver a conectar con la normalidad.
Necesitan reconectar para que les merezca la pena estar internadas. [En esa normalidad está la esencia], por eso se introduce también a las familias de ellas, [porque estas cosas no se entienden] sin la desesperación y el sufrimiento y el no saber qué hacer con sus hijas. Así que la experiencia de hablar con los padres de esos chicos y chicas transformó toda la idea de la novela. Toda la esencia está empapada de esas tres o cuatro mañanas.
¿Y cuál es esa esencia?
Creo que el miedo al futuro. Es decir, hay que ponerse en el papel. Si para todo el mundo es complicado, si no hay futuro para nadie, para una persona con problemas mentales, que carga con esa mochila, qué futuro puede esperar. En parte eran desesperanzadoras las visitas [que les hacía]. Verles era entender esa sensación de no poder negociar contigo mismo, de ser perfectamente consciente de que lo que está pasando no es y no ser capaz de hacer obedecer al cerebro.
Te voy a lanzar como pregunta una frase que dice una de las chicas en el libro. ¿Vivir es fingir?
Siempre he dicho que si alguien fuese capaz de ver los pensamientos reales de cualquiera, nunca volvería a acercarse a nadie, ni al más bueno ni al más malo. Creo que todos vivimos con un filtro puesto; siempre hay alguien que dice “¿no te ha pasado nunca que entras a una habitación y de repente olvidas para qué has entrado?” y sigue: “eso es porque al entrar has visto la realidad tal y como es”. Todos vivimos con una máscara puesta, al menos parcialmente. En el caso de ellas es mucho más extremo, claro. Si nosotros vamos con cuidado para no desvelarnos del todo, imagina a una persona que tiene este tipo de problemas, que vive con ese caos.
¿Y escribir es fingir?
Contaba Robert Louis Stevenson, cuando se fue a las islas del sur del Pacífico y se hizo amigo de los indígenas, que uno de ellos le dijo que le caía bien porque era un hombre sincero, cosa que le sorprendió, decía, porque él era novelista. Al final una novela es una mentira, maravillosamente bien estructurada durante doscientos folios. Entonces, claro. Escribir es fingir. Y la gente que escribe sobre sí misma también está mintiendo, porque nadie va a contar jamás verdaderamente lo suyo. Un libro es coherente, creíble,verosímil, tal y cual, pero la escritura es el proceso de elaboración de una mentira.
Otra frase que aparece en la novela: “El 20 no fue un buen año”.
[Se ríe] Sí. No recuerdo dónde aparece, pero sí, definitivamente, el 20 fue un año muy malo para los problemas mentales. La novela trascurre el el 24 o 25. Cuando me senté a escribir, decidí renunciar a los diagnósticos y a especificar qué trastorno tenía cada una. Preferí dejar esa parte a la imaginación, a las sensaciones que iba describiendo y a sus síntomas. Una tiene un problema grave de ansiedad, otra es evidentemente esquizofrénica y la tercera un trauma del pasado que no consigue superar; la idea era, desde esa premisa, seguir e imaginar el comportamiento de cada una en el transcurso de la historia. Pero me daban igual los diagnósticos, solo sabía de ellas su propia vida, así que decidí dejar de lado los manuales y centrarme en lo sensorial.
Taxonomizando las enfermedades, también las estigmatizamos.
Por eso intenté huir de las categorías. Lobisón (su primera novela) trata sobre un chico con autismo y su padre con esquizofrenia paranoide. Ahí sí que tenía que jugar con las normas de esas enfermedades y moverte dentro de los marcos que te permiten. Pero aquí, al no aparecer ningún doctor que te diga lo que tienen, el lector es libre de imaginar.
El Mar Menor hace acto de presencia. En tu caso, se sabotea una desaladora. Casi se siente obligatoria una referencia en una novela murciana últimamente.
Solo aparece unos instantes, pero sí. Aquí cada uno juega el partido que quiere, y que hay muchas ideologías y muchas sensibilidades, y cada uno debe actuar según su conciencia. Yo, en el momento en que tuve claro que la historia iba a desarrollarse por esta zona, decidí que, en ese sentido, había que meter caña. Pero hay muchísimos más problemas en la Región, que cada uno elija el que quiera. Ahora, después de este libro, Gran Pez no me van a elegir, también te lo digo.
Y hablando de dramas y problemas, ¿cómo ves la cultura en la Región?
Los poderes públicos están para lo que están, y estaría bien que se invirtiese más en cultura, pero no tiene pinta de que vaya a ocurrir en el corto plazo. Particularmente prefiero no depender de nadie. Pero si me preguntas por cómo veo el panorama, es desalentador hasta la muerte. ¿Qué tendría que pasar? Seguramente que la gente tendría que dejar de votar lo que vota.
Ahora, por cierto, se están celebrando los 1.200 años de la fundación de la ciudad de Murcia.
Ya lo decía Abba, el ganador se lo lleva todo. El que gana escribe la historia. Y estamos llegando a un momento de la historia en que los ganadores lo van a reescribir todo.
Sí, vivimos unos tiempos de mucho revisionismo.
Y ya no es solo revisionismo, es que ahora son completamente impunes. Hay que darse cuenta de que, por ejemplo, dentro de cuatro años Donald Trump no va a dejar de ser presidente de su país. Dirá que no se va y llegarán algunos jueces a decirle lo contrario, los cesarán y fuera. Pensar lo contrario es de ser un puto flipao, no va a convocar elecciones. El problerma no es ya solo el revisionismo, es que nos están llevando al colapso.
Encima, el fin del mundo tiene pinta de que va a ser decepcionante.
Exacto, ni siquiera va a haber explosiones. Va a ser solo decadencia de Estados que desaparecerán, de vuelta a los reinos de taifas, de enfermedades a punta pala y de la desaparición progresiva de la vida como la conocías.
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